‘Valle Salvaje’ capítulo 281: Alejo sospecha de Tomás por Bárbara desaparecida

Alejo sospecha de Tomás por Bárbara desaparecida: La tensión en Valle Salvaje alcanza un punto de no retorno

El amanecer en Valle Salvaje no trajo esperanza, sino un manto gris que parecía presagiar desgracias. La desaparición de Bárbara sacudió los cimientos del lugar y convirtió la calma habitual del palacio en un hervidero de miedo, rumores y sospechas. Nadie sabía dónde estaba, pero todos sentían el peso del vacío que había dejado. Su habitación permanecía intacta, como si se hubiera esfumado del mundo sin previo aviso. La incertidumbre se extendía como una sombra que contaminaba cada rincón de la finca y cada pensamiento de quienes la habitaban.

Irene era el rostro del desconsuelo. Sentada en el gran salón, aferraba las manos con tanta fuerza que sus nudillos parecían de mármol. Su mirada se perdía en la alfombra, presa del pánico. Cualquier ruido la sobresaltaba, esperando escuchar el milagro de una noticia. La idea de que su hermana pudiera haber salido voluntariamente era absurda. Bárbara jamás se habría marchado sin decir una palabra. Esa certeza la desgarraba por dentro.

Francisco, incapaz de soportar la inacción, tomó una decisión desesperada. La impotencia de ver a Irene destruida lo impulsó a actuar. Con determinación, prometió salir al bosque y no regresar sin encontrarla. Martín, su amigo, decidió acompañarlo. Había planeado marcharse del valle, pero ante aquella tragedia, su huida perdió sentido. Así, ambos hombres se internaron en la bruma matutina, decididos a arrancarle al bosque los secretos que escondía. Entre la humedad y el silencio denso de los árboles, sus voces clamando el nombre de Bárbara se perdían entre los ecos, como plegarias sin respuesta.

Avance semanal de ‘Valle Salvaje’: Bárbara desaparece misteriosamente – Valle Salvaje

Mientras la angustia dominaba el bosque, en la Casa Grande las sospechas comenzaban a enraizarse. Desde la desaparición de Bárbara y el misterioso robo de una talla de madera, nadie había visto a Tomás. Al principio, su ausencia pasó inadvertida, pero para Alejo, la coincidencia era demasiado perfecta como para ignorarla. Dos desapariciones en una misma noche y un robo. Su mente, siempre alerta a los patrones, no pudo evitar trazar una conexión siniestra.

Encerrado en su despacho, Alejo repasaba mentalmente cada gesto y palabra de Tomás. Recordaba su obsesión por la talla, sus miradas nerviosas y su actitud esquiva. Ahora, todo cobraba sentido en su cabeza: Tomás había robado la talla, Bárbara lo había sorprendido y él… él la había hecho desaparecer. La idea lo corroía, creciendo dentro de él como una víbora venenosa. No podía soportar la posibilidad de que Bárbara hubiera caído víctima de ese hombre. Su sospecha se transformó en convicción.

Necesitaba hablar con alguien, y la única persona a la que podía acudir era Luisa. Pero lo que esperaba fuera comprensión se convirtió en enfrentamiento. En la cocina, entre rostros tensos y cuchicheos del servicio, Alejo la abordó con urgencia.
—Nadie ha visto a Tomás —dijo, casi sin respirar—. Desapareció la misma noche que Bárbara, y la talla también. Todo está conectado.

Luisa lo miró con desconcierto primero y con enojo después. —¿Conectado? ¿Qué estás insinuando, Alejo? —preguntó con la voz firme.
—¡No insinúo nada! ¡Estoy diciendo que Tomás está detrás de todo esto! —exclamó él, su tono cargado de frustración y miedo.

Pero sus palabras no encontraron eco, solo rechazo. Luisa no podía creer que Alejo acusara a Tomás de algo tan atroz. Para ella, Tomás no era un monstruo, y las sospechas de Alejo solo demostraban su incapacidad para confiar. El intercambio se volvió personal. Ella lo acusó de vivir en un mundo gobernado por la desconfianza; él la llamó ingenua. La conversación, que empezó siendo sobre Bárbara, terminó en una herida emocional profunda. Luisa lo dejó solo, entre sus teorías y su dolor. Alejo sintió que no solo había perdido el respeto de la mujer que amaba, sino también la poca paz que le quedaba.

Mientras tanto, el palacio seguía envuelto en un aire denso y opresivo. Leonardo, consumido por la desesperación, caminaba sin descanso por el estudio. La angustia lo devoraba lentamente. Irene, buscando refugio, se unió a él. Ambos compartían la misma impotencia, intentando aferrarse a la razón en medio del caos.
—He enviado a más hombres al pueblo —dijo Leonardo con voz rota—. Nadie la ha visto. Es como si se la hubiera tragado la tierra.
—Tiene que haber una explicación —susurró Irene, temblando—. No puede haberse desvanecido así.

Pero las palabras se estrellaban contra la realidad. Cada hipótesis era un callejón sin salida. La esperanza se desangraba lentamente, reemplazada por el miedo. Sentados uno junto al otro, se hundieron en un silencio cargado, mientras el reloj marcaba el paso cruel del tiempo.

Lejos del epicentro del drama, Rafael y José Luis hallaban un respiro reparando una vieja cerca. Padre e hijo trabajaban codo a codo, fortaleciendo un vínculo que durante años había estado roto. Cada golpe del martillo era un eco de reconciliación. En medio de tanto sufrimiento, ese reencuentro era una chispa de humanidad. José Luis se emocionó al escuchar a Rafael llamarlo “hijo”, una palabra que llenó el vacío de años de distancia. Por primera vez en mucho tiempo, la esperanza se filtraba en Valle Salvaje, aunque fuera en la periferia del dolor.

En contraste, el matrimonio del duque con Victoria se desmoronaba. La desaparición de Bárbara no los unió, sino que terminó de quebrar lo poco que quedaba entre ellos. Durante el desayuno, el silencio fue insoportable. Sentados en extremos opuestos de la mesa, parecían dos desconocidos unidos solo por el hábito.
—¿No piensas decir nada? —preguntó Victoria con voz fría.
—¿Sobre qué? ¿Sobre el hecho de que una joven ha desaparecido y tú pareces más preocupada por tus apariencias? —replicó él, con una dureza que heló el aire.

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El duque ya no veía en su esposa a la mujer que una vez admiró, sino a alguien transformada por la ambición y la manipulación. Sus palabras fueron una sentencia: todo lo que los unía estaba muerto. Al levantarse, anunció que haría lo que ella ya no era capaz de hacer: encargarse de la búsqueda de Bárbara. Victoria quedó sola, rodeada de un lujo que ahora solo le recordaba su vacío. Por primera vez, comprendió que había perdido algo mucho más valioso que el poder: el respeto y el amor de los suyos.

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Mientras el sol se alzaba débil sobre la finca, Valle Salvaje se convertía en un escenario de desconfianza y ruinas emocionales. En cada rincón había una herida abierta: Irene y Leonardo se debatían entre la fe y el miedo; Francisco y Martín buscaban entre la niebla una pista que quizás no existía; Alejo, obsesionado, se consumía entre celos y sospechas; y Luisa, dolida, se alejaba de él incapaz de soportar su dureza.

Pero la pregunta seguía flotando como una amenaza: ¿dónde está Bárbara? ¿Y qué papel jugaba Tomás en esta pesadilla? Alejo estaba convencido de que él tenía las respuestas, aunque esa certeza le costara el amor de Luisa y el respeto de los demás. Sin embargo, en Valle Salvaje nada es lo que parece. Las sombras del bosque esconden verdades mucho más oscuras de lo que nadie se atreve a imaginar.

Cuando el día termina, el valle entero parece contener la respiración. Todos buscan a Bárbara, pero también, sin saberlo, buscan redención. Porque la desaparición de una joven no solo ha revelado el misterio de su ausencia, sino las fracturas invisibles que corroían a cada uno desde dentro. Y mientras las sospechas se alzan como espadas, el reloj del destino sigue su marcha implacable, anunciando que en Valle Salvaje lo peor aún está por venir.