ÚLTIMO CAPÍTULO DE LA PROMESA – Jana REGRESA VIVA y ENTIERRA a Leocadia y Lorenzo ¡VENGANZA!
Prepárense porque lo que verán no es solo un desenlace, es la resurrección de la justicia.
Las sombras que cubrieron La Promesa durante meses finalmente se disipan, revelando verdades enterradas bajo años de mentiras. La ira se convierte en redención y hoy los intocables caerán. En un granero abandonado, Curro sostiene un revólver frente a Lorenzo de la Mata, el hombre que destruyó a su familia. Sus manos tiemblan, no por miedo, sino por el odio acumulado. Exige confesión: el asesinato de su hermana, el veneno a su madre, la locura sembrada en Eugenia. Lorenzo, con su sonrisa cínica, admite su crueldad con una calma que hiela la sangre. Curro está a un segundo de vengarse, pero entonces la puerta del granero se abre y una luz dorada lo envuelve: Hann está viva.
Frente a todos, Hann detiene a Curro. No más venganza; la justicia se hará con pruebas, no con balas. Con calma y firmeza, explica cómo Ramona la salvó de la muerte con un potente sedante y cómo el Dr. Gamarra falsificó su certificado de defunción. Durante meses, Hann estuvo oculta, recopilando evidencia. Saca un fonógrafo portátil que contiene la confesión de Lorenzo, recibos del veneno y testimonios que prueban toda la conspiración. La verdad está lista para salir.
El escenario cambia al gran salón del palacio, donde la familia Luján, inconsciente del regreso de Hann, discute la desaparición del capitán Lorenzo. Leocadia, manipuladora y arrogante, ignora que su imperio de mentiras está a punto de desmoronarse. Hann entra triunfante, y el silencio se apodera del salón. Nadie puede ignorar su presencia: está viva y radiante. La evidencia que trae demuestra la culpabilidad de Lorenzo y Leocadia. Se reproduce el fonógrafo: las voces de ambos conspiradores revelan sus crímenes y planes de asesinato.

La justicia se impone sin derramamiento de sangre innecesario. Los guardias civiles irrumpen, deteniendo a los responsables de asesinatos y envenenamientos. Leocadia, dominada por la locura y la ambición, es arrastrada, gritando, mientras sus planes se derrumban. Lorenzo, su cómplice, es humillado y entregado, consciente de que ha perdido todo. La venganza se ha consumado de manera impecable, pero sin sucumbir al odio. Curro presencia cómo la verdad destruye a los culpables y entiende que la justicia no necesita sangre, sino pruebas.
Con los villanos fuera de escena, la historia vuelve al jardín de La Promesa. Hann y Manuel, finalmente juntos, celebran la vida y el amor que sobrevivió a la oscuridad. Sus votos no son rituales: son un pacto de esperanza y verdad. Simona sostiene en sus brazos al hijo de Hann y Manuel, símbolo tangible de que la vida siempre encuentra su camino y que el amor puede superar cualquier barrera social o conspiración. Curro y Ángela también reciben la bendición de su unión, con el futuro hijo de Ángela anunciado con orgullo. La felicidad es genuina, luminosa, un triunfo de la vida sobre la tragedia.
Mientras la celebración avanza, un carruaje llega al jardín: Catalina, desaparecida meses atrás, reaparece gracias a las pistas recopiladas por Hann. La familia completa se reúne. La emoción y el reencuentro simbolizan la culminación de años de sufrimiento y lucha. La escena refleja la armonía que surge del orden y la justicia, de la verdad que finalmente libera a los inocentes.

Pero la narrativa no olvida a los villanos. Lorenzo, ahora frente al paredón de fusilamiento, se enfrenta a la soledad absoluta. Curro, desde la distancia, le comunica que su legado ha sido borrado, que la vida continúa sin él y que los que amó sobreviven felices. La ejecución es fría, definitiva, y su desaparición de la historia refuerza que la justicia, cuando es correcta y calculada, prevalece sin la necesidad de crueldad impulsiva.
Leocadia, por su parte, termina en un convento aislado, su mente consumida por la locura y la culpa. Allí, sola, repite obsesivamente que todo lo hizo “por el bien de su hija”, atrapada en un ciclo interminable de arrepentimiento y desvarío. Para la sociedad, ha dejado de existir; es un fantasma que paga el precio de su ambición y manipulación.
De vuelta en el jardín, el sol desciende tiñendo el cielo de tonos cálidos mientras la celebración continúa. La mesa rebosa de comida, risas y conversaciones. Manuel y Hann pasean con su hijo, Curro y Ángela disfrutan del momento, y Catalina abraza a sus hijos. Alonso, el marqués, observa con paz, finalmente liberado del peso de La Promesa. La cámara se eleva, mostrando el palacio iluminado, vivo con la luz de hogar, no de vigilancia.
Hann reflexiona sobre la historia de La Promesa: un lugar que respiró mentiras y secretos, donde se perdió la inocencia y se halló la familia. Entre el dolor más profundo y el amor más inesperado, el palacio se convierte en símbolo de resistencia, de justicia y de la fuerza del amor. Los secretos que los encadenaban han sido destruidos, y los sobrevivientes son libres para amar y vivir sin miedo. La música de los violines acompaña la escena final: es la celebración de la vida conquistada, del amor recuperado y del triunfo de la verdad.
El cierre de la historia muestra que la libertad no es solo escapar del pasado, sino dominarlo. La justicia ha prevalecido, el amor ha florecido y La Promesa vuelve a ser hogar. La cámara se aleja, el cielo estrellado se despliega, y la voz de Hann, serena y sabia, concluye: La vida que siempre debieron tener finalmente comienza, iluminada por la verdad y la paz.