JACOBO AL DESCUBIERTO: NO PEGA UN PALO AL AGUA || CRÓNICAS de La Promesa

Cuando Adriano estalla y le canta las cuarenta a Jacobo

¡Muy buenas! Aquí me tienes de nuevo porque hoy vengo con un tema que, sinceramente, todavía no sé si celebrarlo, llorarlo de emoción o prepararme un cuenco de palomitas para revivir el momento una y otra vez. Resulta que Adriano, después de aguantar durante meses lo que no está escrito, por fin ha soltado en voz alta lo que medio país estaba deseando gritarle a Jacobo desde la pantalla: “No has trabajado un día en tu vida.”

Ese instante no era uno más, ni un arrebato puntual. Era la culminación de un desgaste que venía acumulándose desde que Jacobo puso un pie en el palacio, y te aseguro que no me podía quedar de brazos cruzados sin comentarlo con vosotros. Así que prepárate, ponte cómodo y ven conmigo a desgranar por qué esta frase de Adriano no es un berrinche improvisado, sino la consecuencia lógica de meses de manipulación, caos y decisiones nefastas dentro de La Promesa.

Antes de entrar en harina, quiero agradecerte todo el apoyo que siempre me das. Y, por cierto, gracias por esos mensajes tan bonitos que me dejasteis deseándome suerte en los cinco exámenes que acabo de hacer. Ya os iré contando cositas… Ah, y también quiero decir que me hizo un montón de ilusión leer a varios de vosotros diciendo “Soy tu fan, Gustav”. ¡Por favor! Si yo soy solo un humilde narrador de historias… pero oye, no te voy a mentir, me sacó una sonrisa enorme.

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Ahora sí, vamos al lío, porque este conflicto no nació ayer.

Para comprender esta explosión de Adriano, tenemos que rebobinar un poco. ¿Recuerdas aquellos tiempos en los que él y Catalina se dejaron la piel para salvar la finca? Organizaron cuentas, buscaron soluciones para los labriegos y se enfrentaron al mismísimo barón de Valladares para intentar que La Promesa volviera a ser la que fue. Mientras ellos trabajaban sin descanso, el marqués parecía vivir al margen, casi desentendido.

Pero todo aquello cambió —y mucho— en cuanto Catalina desapareció de escena y llegaron Jacobo y la omnipresente Leocadia. Esa dupla irrumpió en el palacio como dos torbellinos sin control, arrasando con todo lo que funcionaba. Y no exagero: Leocadia maniobró con una habilidad escalofriante para convencer al marqués de que ella debía tomar las riendas del lugar.

¿Y qué hicieron en cuestión de semanas? Destruir acuerdos, paralizar avances, sembrar discordia entre los trabajadores, desautorizar a todo el que apoyaba a Catalina y desmantelar cada decisión tomada para estabilizar la finca. Vamos, que en lugar de dirigir La Promesa, la condujeron directamente hacia el desastre.

Y en medio de ese caos, Jacobo, lejos de aportar algo, se dedicó a vivir cómodamente a costa del apellido. Porque dime tú: ¿qué inversión ha hecho? ¿Qué solución ha aportado? Nada. Gastar, gastar y seguir gastando dinero ajeno parece su única habilidad.

Últimamente, además, se ha obsesionado con competir con Adriano. Todo por celos, por esa rabia silenciosa que le entra al verlo conectar con la mujer que se supone que él va a desposar. Pero lo que ya terminó de retratarlo fueron sus trampas recientes: lo de la carta falsa de Catalina, sus intentos de ponerle la zancadilla a Martina… y lo peor es que lo hacía con una sonrisa, como si todo fuese parte de un juego.

Estaba claro que esto tenía que reventar algún día. Y ese día llegó.

Adriano —que no es precisamente ingenuo— ya había detectado que la finca peligra, que los nobles presionan, que los trabajadores vuelven a sufrir las mismas injusticias contra las que él y Catalina lucharon. Y mientras todo esto ocurre, Jacobo está igual que siempre: presumiendo de nobleza, gastando como si tuviera un tesoro escondido y tomando decisiones que solo perjudican a la casa.

No me digas que no te recuerda a Ignacio Ayala, aquel conde que tenía mucha pompa pero más deudas que un rosal marchito. Algo me dice que, si levantamos las alfombras, vamos a descubrir que Jacobo tiene los bolsillos igual de vacíos.

En los próximos capítulos veremos cómo Leocadia ha ido tensando la cuerda hasta límites absurdos. Lo ha envenenado todo: relaciones, acuerdos, decisiones… y Jacobo, sin criterio propio, la ha seguido como un cachorro dócil. Primero eliminaron a Catalina del tablero, luego manipularon a Martina, humillaron a Adriano y desmantelaron todas las reformas importantes.

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Y ahora, encima, van de víctimas.

Pero el problema más grave no es solo lo que hacen, sino lo que Jacobo cree que es. Él está convencido de que por tener un apellido rimbombante —creo que el título era algo de Monteclaro, ya me lo recordaréis en comentarios— puede pisar a quien quiera sin consecuencia alguna.

Lo que no esperaba es que Adriano fuese a plantarle cara con tanta contundencia. Esa frase, ese “No has trabajado un día en tu vida”, no es un insulto. Es un retrato honesto del personaje. Una manera elegante de decirle: “Eres un mantenido, un inútil y un estorbo para esta casa”.

Adriano sabe que él carga con los problemas, mientras Jacobo solo añade peso a la tragedia. Es la primera vez que alguien dentro de la familia le marca límites reales. Y créeme cuando te digo que esto es un antes y un después.

Entre la tensión con Martina y el desastre administrativo, no sería descabellado pensar que Jacobo podría tener los días contados en La Promesa. Sobre todo porque muy pronto está previsto que lleguen Margarita y Opopis, y ese movimiento va a desestabilizar por completo la dinámica del palacio. Ojalá, por mi parte, que Jacobo salga de allí por su propio pie… y si puede ser, con la cabeza gacha.

Esta discusión no es un episodio más. Es el inicio de la caída de un personaje que ha vivido de apariencias y de títulos demasiado tiempo.

Y aunque hoy no tendremos nuevo capítulo, ya sabes que esta tarde te traeré otro vídeo en el canal 2 para que sigas disfrutando conmigo.

Se despide tu Gustav, como siempre, con un beso enorme.