LA PROMESSA ANTICIPAZIONI: RICARDO CEDE AI RICORDI, SANTOS ASSISTE AL BACIO

LA PROMESSA ANTICIPAZIONI: RICARDO CEDE AI RICORDI, SANTOS ASSISTE AL BACIO

En los próximos y turbulentos acontecimientos de La Promessa, las emociones alcanzan un nuevo punto de ebullición cuando Ricardo, atrapado entre su presente inestable y un pasado que jamás consiguió enterrar del todo, se deja arrastrar por una oleada de recuerdos que terminan por romper su resistencia emocional. Lo que parecía un estado de recuperación lenta y controlada evoluciona de manera inesperada, desencadenando un giro que afecta profundamente no solo su destino sentimental, sino también el de Jana, Martina, y muy especialmente el de Santos, quien se convierte en testigo involuntario del suceso más delicado e incómodo de esta fase de la historia.

El episodio se abre con un clima lleno de tensión contenida. Ricardo ha comenzado a experimentar flashes, impresiones difusas y fragmentos de memoria que emergen de forma imprevisible. Estas sensaciones, aunque confusas, no dejan de atormentarlo: rostros que reconoce sin comprender por qué, voces lejanas que parecen susurrarle desde otra vida, escenas aisladas que vuelven a su mente con una claridad repentina. Entre estos fragmentos hay uno que destaca con fuerza: un momento íntimo, profundo, un vínculo perdido que tararea en su interior como una melodía conocida. Ese recuerdo latente, todavía borroso, se convierte en el detonante de todo lo que ocurrirá después.

Mientras tanto, Jana intenta mantenerse al margen de la situación, consciente de que la fragilidad emocional de Ricardo podría malinterpretar cualquier gesto. Su objetivo es protegerlo, evitar que su estado empeore y garantizar que los médicos puedan evaluar su recuperación sin turbulencias adicionales. Lo que Jana no imagina es que su simple presencia es precisamente lo que más altera a Ricardo, quien, al verla, siente que su mundo interno se desordena y que los recuerdos se vuelven más vivos, más insistentes, más inevitables.

La tensión alcanza su punto crítico durante una escena aparentemente inocente: un encuentro casual entre Jana y Ricardo en un rincón poco transitado de la finca. Él se muestra visiblemente agitado. Sus manos tiemblan, su respiración se acelera y sus ojos, normalmente apagados por la incertidumbre, ahora brillan con una mezcla de reconocimiento y deseo desesperado por comprender lo que le está ocurriendo. Jana intenta tranquilizarlo, hablarle con suavidad, pero sus palabras solo parecen intensificar esa tormenta interior.

Ricardo, subyugado por la fuerza emocional de lo que recuerda, termina por confesar que ha estado soñando con ella, que siente que la conoce desde antes del accidente, que hay algo entre ellos que no puede explicar, algo que late con la intensidad de un pasado real. Jana queda paralizada. Sabe que decir la verdad podría salvarlo… o destruirlo. Su silencio, más que respuesta, es una confesión involuntaria.

Y entonces ocurre lo inevitable.

En un impulso provocado por esa mezcla de recuerdos entrecortados y emociones sin filtro, Ricardo se acerca a ella. No lo hace con violencia ni con descontrol, sino con la determinación de alguien que cree haber recobrado una parte esencial de sí mismo. Jana intenta detenerlo, decirle que no es el momento, que necesita serenidad, pero sus palabras llegan demasiado tarde. Ricardo se inclina y la besa.

Es un beso cargado de historia, de pasado reprimido, de sentimientos que habían sido enterrados por circunstancias crueles. Él lo vive como una revelación. Ella, en cambio, lo vive como una tragedia inevitable, consciente de que ese gesto solo complicará aún más una situación ya de por sí delicada. Lo que Jana no sabe es que ese instante, que según ella debía quedar en silencio, no ha estado tan oculto como pensaba.

Porque Santos lo ha visto todo.

A una corta distancia, fuera del ángulo visual de ambos pero lo suficientemente cerca como para presenciarlo sin quererlo, Santos queda petrificado. Su expresión se congela en una mezcla devastadora de sorpresa, celos, angustia y humillación. Santos, que había luchado con nobleza por un espacio en el corazón de Jana, que había esperado pacientemente el momento de dar un paso más en su relación, se enfrenta ahora a una imagen que lo desarma por completo: el hombre que consideraba un rival imposible de vencer —precisamente porque Jana parecía protegerlo con un cariño especial— ahora ocupa el lugar que él soñaba.

La escena se vuelve insoportablemente tensa. Ricardo, tras el beso, se aparta lentamente, conmovido por lo que siente como un reconocimiento mutuo. Jana, turbada, apenas consigue articular palabra. Necesita respirar, procesar, recomponerse. No entiende cómo explicar a Ricardo que su beso no era una validación de un pasado, sino un error impulsado por una memoria incompleta. Pero antes de que pueda encontrar fuerzas para hablar, escucha un ruido detrás de ellos.

Es Santos.

El hombre que siempre ha respetado su espacio, que jamás la ha presionado, que le ha ofrecido apoyo sin exigir nada a cambio, ahora aparece con el corazón hecho pedazos. Jana intenta hablar, pero Santos la detiene con un gesto leve. No quiere explicaciones. O quizá tiene miedo de escuchar una que lo destroce más. Su mirada es suficiente para que Jana comprenda la magnitud del daño provocado.

Mientras tanto, Ricardo observa la escena sin entender nada. Su memoria, aunque activa, aún es fragmentaria. No comprende quién es Santos para Jana ni por qué su presencia ha causado tanto impacto. Para él, lo ocurrido ha sido un acto natural, casi inevitable. Para los otros dos, es un terremoto emocional.

A partir de este momento, la narrativa se bifurca en tres caminos dolorosamente entrelazados:

Ricardo, convencido de haber recuperado un vínculo esencial, comienza a comportarse con mayor seguridad hacia Jana, algo que complicará todavía más la situación.

Jana, atrapada entre su pasado con Ricardo, su lealtad emocional y la herida abierta de Santos, se enfrenta a un conflicto que amenaza con desestabilizar toda su vida en La Promessa.

Santos, profundamente herido, se repliega emocionalmente, intentando protegerse, aunque cada gesto que comparte Jana con Ricardo se convierte en una nueva punzada en su interior.

El avance concluye con una imagen simbólica: Jana sola, mirando hacia la puerta por donde Santos se ha marchado, mientras a su espalda Ricardo la observa con ojos llenos de esperanza renovada. Entre ambos hombres se abre un abismo emocional que promete transformar por completo la dinámica sentimental de la serie.