¿IDENTIDAD REVELADA? ¡MANUEL ACORRALA A ENORA! – LA PROMESA AVANCES

La promesa avances — SPOILER

Todo estalla en cuestión de segundos. Manuel y Curro, profundamente tensos y con el alma en un hilo, tropiezan con una pista crucial que podría destruir para siempre la imagen de Lorenzo. Lo que están a punto de sacar a la luz reescribirá todo lo que creíamos saber. Y sí, prepárense, porque este giro no tiene retorno.

La historia arranca con un momento inesperado. Los hermanos, que llevaban semanas investigando en secreto la extraña muerte de Hann, por fin encuentran la prueba que confirma todas sus sospechas. Y lo que descubren es tan contundente, tan decisivo, que ni el defensor más hábil podría evitar la caída del capitán. Pero vayamos paso a paso, porque este episodio merece contarse con calma, con cada emoción y cada tensión que han marcado esta etapa de La Promesa.

La jornada en el palacio parecía empezar como cualquier otra. La luz del amanecer entraba por los ventanales, los criados se movían con la rutina de siempre, y todo aparentaba una calma engañosa. Pero bajo esa apariencia tranquila, algo estaba a punto de resquebrajar los cimientos de la casa Luján.

La chispa que encendió todo fue Pía Darre, la gobernanta que rara vez se equivoca cuando percibe algo fuera de lugar. Desde hacía días, Pía notaba en Lorenzo movimientos inquietantes: gestos nerviosos, actitudes impropias de alguien que no tiene nada que esconder. Aquel comportamiento la llevó a acercarse a Manuel cerca de la biblioteca con un susurro urgente:

—Don Manuel, necesito hablar con usted. Es sobre el capitán Lorenzo.

Avance semanal de 'La promesa': ¿Quién es Enora y por qué investiga el  pasado de Manuel? - La promesa

El joven sintió que el pulso se le aceleraba. La muerte de Hann seguía golpeándolo, y en su interior nunca había creído que se tratara de un simple accidente. Con voz firme pero contenida preguntó:

—¿Qué viste, Pía?

La gobernanta relató que, pocos días después del fallecimiento de Hann, había visto al capitán entrar en la habitación de la difunta con algo pequeño entre las manos, un objeto que ocultó en cuanto la vio. No sabía qué era, pero su actitud había sido la de alguien que guarda un secreto oscuro.

Las palabras de Pía fueron un mazazo para Manuel. La sospecha se convirtió en certeza. Sin perder un segundo, buscó a Curro, que se encontraba en los jardines, en el banco donde tantas veces había intentado encontrar consuelo. Manuel no necesitó decir mucho; con solo mencionar el nombre de Lorenzo, los ojos de Curro revelaron su deseo de justicia.

—Debemos entrar en su habitación —dijo Manuel—. Si hallamos algo, lo enfrentaremos. Si nos descubren, asumiremos las consecuencias.

Sin dudarlo, los dos se dirigieron al ala del palacio donde dormía el capitán. Y la oportunidad llegó pronto: Lorenzo salió hacia una de sus reuniones secretas con Leocadia, como si el destino les diera el momento perfecto.

A punto estuvieron de ser descubiertos: pasos firmes anunciaron el regreso de Lorenzo. Tuvieron que ocultarse tras las cortinas, conteniendo la respiración. La tensión se rompió solo cuando María Fernández —rápida como siempre— llamó a Lorenzo alegando que don Alonso lo buscaba de urgencia. Gracias a ella, los hermanos pudieron escapar con las pruebas.

Con todo preparado —el frasco, la carta, el testimonio—, Manuel ordenó reunir a toda la casa en el gran salón. Curro se ocupó de llevar a Lorenzo, engañándolo con la excusa de un asunto financiero. Pero el capitán, aunque aceptó asistir, sintió que algo raro flotaba en el ambiente: miradas esquivas, silencios cargados… una atmósfera casi ceremonial.

Cuando llegó al salón, se encontró a toda la familia y al servicio reunidos: Alonso presidiendo, Manuel firme a su lado, Curro vigilando la puerta, Pía, María Fernández, Simona, Candela, Petra, el padre Samuel… incluso Ángela, la mujer que debía convertirse en su esposa, lo observaba con inquietud.

Con voz firme reveló todo: la entrada sospechosa en la habitación de Hann, el frasco venenoso, la carta que lo unía a Leocadia, el testimonio del sacerdote. Cada palabra era un golpe, cada prueba una sombra más que se cernía sobre Lorenzo.

El silencio en la sala se volvió insoportable. Lorenzo, por primera vez, perdió la seguridad que siempre lo caracterizaba.

La verdad, implacable, por fin salía a la luz.

Nada volvería a ser igual en La Promesa.