En La Promesa, el drama no da tregua y cada episodio profundiza en las heridas emocionales de sus protagonistas, empujándolos a decisiones cada vez más peligrosas. En los próximos capítulos, la tensión alcanza un nuevo punto de ebullición con revelaciones que sacuden los cimientos del palacio y exponen hasta dónde pueden llegar el dolor, la culpa y el silencio.

Desde hace semanas, los seguidores más atentos se preguntan qué oculta Martina y por qué, noche tras noche, desaparece sin dejar rastro. No es una curiosidad superficial: su comportamiento errático, su cansancio extremo y ciertos incidentes inquietantes —como la misteriosa desaparición de una valiosa botella de licor— encendieron las alarmas. Durante un tiempo, todo quedó envuelto en rumores y sospechas, pero la verdad, tan cruda como inevitable, está a punto de salir a la luz cuando Curro la sorprenda literalmente in fraganti.

Para comprender este descenso al abismo, es imprescindible mirar al pasado reciente de Martina. A pesar del tiempo transcurrido, la joven no ha logrado superar la muerte de Fernando. La pérdida pesa sobre ella como una sombra constante, marcando cada uno de sus gestos y decisiones. En una conversación íntima con Feliciano, Martina se enfrenta a uno de sus mayores fantasmas: la culpa. Cree no haber sido una buena hija, siente que falló a su padre, y ese reproche interno la consume lentamente. Feliciano intenta aliviar su carga, recordándole que el amor no se mide por errores, pero su consuelo apenas logra sostenerla por unos instantes.

Porque Martina sigue huyendo. Tras regresar de Puebla de Terra, vuelve a desaparecer, y esta vez Curro decide no mirar hacia otro lado. Una noche, mientras se encuentra en la biblioteca, escucha ruidos en el vestíbulo y se topa con una escena que jamás olvidará: Martina regresa sola, tambaleándose, apenas capaz de mantenerse en pie. Está exhausta, desorientada, y a punto de caer por las escaleras. Curro, alarmado, la toma en brazos y la lleva hasta su habitación, en un gesto cargado de preocupación y sentimientos no resueltos.

El diálogo que sigue es tan frágil como revelador. Martina, vencida por el cansancio y el alcohol, se sincera a medias. Confiesa que se arrepiente de haberlo rechazado y que siente que hay algo en ella que aleja a las personas que ama. Sus palabras, entrecortadas y dolorosas, dejan al descubierto una soledad profunda. Aunque el agotamiento le impide continuar, lo dicho basta para conmover. Curro, sin saber si ella puede escucharlo del todo, le promete que siempre podrá contar con él, recordándole una declaración de amor que Martina fingió no oír en el pasado… pero que nunca olvidó.

Al día siguiente, Curro decide actuar. La confronta sin rodeos: esa situación no puede continuar. Y entonces, la verdad se impone con toda su crudeza. Martina pasa las noches en una taberna de Luján, buscando en el alcohol un alivio momentáneo a su dolor. Para una joven de su posición social y educación, ese hábito supone un riesgo enorme. El hecho de que aún no haya provocado un escándalo mayor parece, efectivamente, un milagro.

Mientras Martina lucha contra sus demonios internos, otra amenaza se cierne sobre La Promesa. Cruz, implacable y calculadora, prepara una condena que podría enviar a alguien directamente a la garrota, desatando consecuencias irreversibles. Las decisiones que se tomen ahora marcarán el destino de todos.

La serie se adentra así en una de sus etapas más oscuras y apasionantes, donde cada secreto revelado puede ser una sentencia y cada acto de amor, una última tabla de salvación.