ERRORES DE ÉPOCA EN LA PROMESA || CRÓNICAS de La Promesa series
ERRORES DE ÉPOCA EN LA PROMESA || CRÓNICAS de La Promesa series
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Spoiler: En la promesa nos enamoramos de los personajes
En La Promesa nos perdemos entre sus protagonistas: sentimos lo que ellos sienten, padecemos sus desgracias y hasta compartimos sus alegrías. Pero también, seamos sinceros, más de una vez nos surge la misma duda: ¿de verdad esto ocurría así en 1913?
Hoy te invito a que viajemos juntos por los anacronismos, libertades creativas y descuidos históricos que se esconden en la serie. Y cuidado, porque algunos te van a dejar con la boca abierta y otros te harán exclamar: “Ay, Gustav, pero si esto es más moderno que mi móvil recién salido de la tienda”.
El vídeo que te traigo —ya lo verás— es diferente, divertido, lleno de curiosidades y, sobre todo, muy cargado de historia real. Soy tu Gustav y aquí estoy, como siempre, listo para contarte una nueva entrega de La Promesa que merece ver la luz. Hoy vengo a abrir puertas, ventanas y balcones para que todo se airee bien. Porque, como te dije, vamos a revisar juntos los errores históricos más comentados de la serie: desde tramas demasiado contemporáneas hasta comportamientos que, bueno… quizá pecan de demasiado atrevidos para la época.
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Como siempre, te lo explicaré con cariño, humor y ese toque de contexto histórico que tanto disfrutamos. Así que venga, empecemos. Y lo haré hablando de algo clave: las tramas que suenan más a siglo XXI que a 1913.
Uno de los anacronismos más evidentes de La Promesa es que muchas historias reflejan una mentalidad totalmente actual en un mundo que está a un paso de la Primera Guerra Mundial. Aquí va el primer ejemplo: las relaciones amorosas se viven como si fueran de hoy, con intimidad sin supervisión, libertad de movimiento para las mujeres y decisiones basadas en los sentimientos antes que en el deber. Todo muy bonito para la ficción, sí, pero históricamente difícil de justificar.
La Promesa’, resumen de los capítulos 711 a 716 del 10 al 14 de noviembre
Para entenderlo mejor, viajemos un momento a la España de 1913.
El amor romántico no era el motor principal de un matrimonio. Pesaba más la conveniencia, la posición social, la dote, los apellidos. Mujeres como Leonor, Martina o incluso Jana no habrían podido elegir tan libremente a su pareja. Y eso de besarse entre los jardines o planear fugas pasionales… pues prácticamente suponía arruinar el honor familiar. Las parejas no se quedaban solas jamás; hablar de sentimientos sin una persona vigilando no entraba dentro de lo aceptable. Un romance fuera de un compromiso formal podía destruir reputaciones enteras.
Sin embargo, en la serie vemos escenas de amor intensas, actuales, llenas de pasión. Seguro que recuerdas, por ejemplo, los encuentros de Curro y Martina en mitad del campo durante sus picnics. Preciosos para la novela, sí, pero un anacronismo como una catedral.
Pasemos ahora al lenguaje y comportamiento, que también suenan demasiado modernos.
Muchos personajes hablan como si se hubieran criado en pleno siglo XXI: expresiones actuales, frases imposibles para la época y diálogos demasiado directos. Curro y Ángela, por ejemplo, conversan sobre emociones con la naturalidad de dos jóvenes en una cafetería moderna. Las mujeres toman la iniciativa constantemente, cosa impensable en 1913. Algunas confrontaciones que oímos en la serie no se habrían dicho jamás en voz alta en aquella sociedad tan rígida.
Los guionistas intentan incluir expresiones de época, claro, pero alguna que otra contemporánea se cuela. Y ahí, sinceramente, está parte del encanto: esa mezcla entre lo histórico y lo actual que hace que el público conecte más fácilmente con los personajes.
Pasemos a otro tema interesante: las normas sociales invisibles.
En 1913 existía todo un código de etiqueta no escrito que organizaba cómo debía comportarse cada persona según su estatus. Una mujer tenía límites muy claros en su forma de hablar y moverse; un lacayo jamás habría opinado delante de sus señores; una criada no podía interrumpir conversaciones de nobles. Las mujeres no alzaban la voz en público sin ser criticadas y desafiar a un hombre, como hace Martina, era impensable.
En La Promesa, esta rigidez se suaviza muchísimo para que la trama avance con fluidez. Y aunque sea un anacronismo, admitamos que a veces lo disfrutamos más así.

Avance semanal de ‘La promesa’: Ángela y Curro, llorando, se despiden para siempre – La promesa
Hablemos ahora del papel de la mujer, claramente adelantado en la serie.
Las mujeres Luján son muchísimo más libres y decididas de lo que habría permitido la sociedad de 1913. Catalina actúa casi como una líder feminista, Jana se mueve con autonomía total por el palacio como si tuviera más conocimientos que el propio médico, Martina rompe normas sociales como si no existieran… Y qué decir de doña Cruz, comportándose como una empresaria moderna que dirige negocios y manda más que nadie.
Nada de esto sería habitual históricamente, pero tiene un lado positivo: funciona como una crítica social que nos recuerda de dónde venimos.
Y hablando de normas: el Código Civil de 1913.
Una mujer casada no podía administrar sus bienes, no podía firmar contratos sin permiso del marido, no podía trabajar sin autorización, no decidía sobre sus hijos y su educación consistía básicamente en rezar, bordar y obedecer. Ese era el marco legal real en España. Por eso resulta tan llamativo —y hasta bonito— que la serie retrate mujeres libres, valientes y adelantadas a su tiempo, aunque sepamos que no encaja del todo con la realidad.
También hay pequeños errores de maquillaje y vestuario: