SAMUEL EL SACRIFICIO QUE MARCARÁ A MARÍA || CRÓNICAS e HISTORIAS PARALELAS de La Promesa Series

A veces La Promesa nos sorprende con relatos luminosos, llenos de emoción y belleza; y en otras ocasiones, como ha sucedido con todo lo que concierne a Samuel y María, nos deja una punzada amarga. Un amor limpio, delicado, casi sagrado, se ha transformado de pronto en silencios que pesan, dudas que desgarran y un desenlace que no refleja en absoluto lo que tantos espectadores anhelaban ver. Y claro, los mensajes han inundado mi bandeja:
“Gustav, ¿por qué no cuentas tú la historia que ellos nunca se atreverían a escribir?”
Y pensé: ¿por qué no intentarlo?

Mucho antes de que la televisión dominara los hogares, existían las radionovelas, aquellas voces que invitaban a cerrar los ojos y dejar que la imaginación hiciera el resto. Eran relatos que se construían con pausas, respiraciones, emociones palpables al otro lado del receptor. Y desde ese espíritu —y porque vosotros me lo habéis pedido tantas veces— he decidido abrir dentro del canal una nueva sección: las historias paralelas, relatos que no forman parte del guion oficial pero sí del universo emocional que late dentro de La Promesa. Son historias que nos completan, que nos reconcilian con sus personajes y que quizá los guionistas nunca llegarían a contar, pero que merecen existir.
Así que no esperes un simple análisis, ni un resumen, ni un adelanto cualquiera. Lo que vas a escuchar ahora es una historia nueva, surgida de lo que sentimos todos los que seguimos la serie.

Ponte cómodo, respira hondo, y déjame acompañarte. Porque hoy te dejo con Eduardo, quien pondrá voz a este relato mientras yo, metido a fondo en mis estudios de pedagogía terapéutica, apenas dispongo de tiempo para grabar como me gustaría. Pero estás en buenas manos. Y lo más importante: esta historia está hecha especialmente para ti.

La Promesa - El beso de María a Samuel con el que hemos caído rendidos


Lo que estás a punto de oír no es un capítulo corriente. Es una historia paralela, un hilo posible dentro del tapiz de La Promesa. No se trata de un simple rumor de pasillo ni de otra escena de miradas furtivas. Es un acontecimiento que pudo haber ocurrido, que encaja con todo lo que conocemos y que, de haberse filmado, habría sacudido al palacio durante semanas. Porque cuando el amor desafía al deber… el mundo se reordena. Y hoy, ese mundo pertenece a María Fernández y al padre Samuel.

La mañana amaneció clara en los dominios de La Promesa. El sol entraba tímido por los ventanales, como si pidiera permiso. Las cocinas olían a pan caliente, café recién molido y ropa tendida que se secaba al aire. Los lacayos iban y venían con su paso medido, y en los pasillos el murmullo de la casa comenzaba a despertar como un organismo vivo.

Allí, apoyada en la gran mesa de madera, estaba María Fernández. Los ojos enrojecidos, la espalda rígida, las manos tensas como si sujetaran un secreto a punto de desbordarse. No había dormido; cada vez que cerraba los párpados aparecía la misma imagen: Samuel frente a ella, serio pero encendido por dentro, ambos atrapados en un silencio que podía romperse con cualquier palabra equivocada. Ese silencio que solo existe cuando dos personas se aman sin atreverse a admitirlo.

Porque sí, estaban enamorados. Con ese amor que nace sin permiso, sin nombre, sin cuerda de seguridad. Un amor imposible: él, sacerdote; ella, una muchacha humilde, temerosa del mundo y marcada por las cicatrices de la vida.

Aquella mañana, cuando oyó pasos, supo que su destino iba a torcerse.
Samuel entró sin sotana, vestido como un hombre y no como un sacerdote. Ese simple detalle desarmó a María más que cualquier confesión.

Se detuvo a pocos pasos, la miró con un cansancio hermoso, el cansancio de quien ha peleado contra sí mismo toda la noche.
—Hoy no soy padre de nadie —dijo él en voz baja—. Hoy sólo soy Samuel… y ya no puedo callar.

María sintió que el corazón le golpeaba en las costillas.

—He tomado una decisión —continuó él—. Una decisión que cambiará todo.

María apenas pudo susurrar:
—¿Qué decisión?

—Voy a abandonar el sacerdocio.

El mundo se le desmoronó y se le reconstruyó al mismo tiempo.
Samuel explicó que aquella madrugada había ido al obispado a pedir dispensa. Que estaba dispuesto a renunciar por completo a su ministerio para poder amar sin esconderse. Y que, además, había confesado algo más al obispo: quería casarse.

María temblaba. Quiso hablar, pero antes de encontrar palabras, soltó una verdad que la quemaba por dentro:
—Estoy embarazada.

Samuel no reaccionó con sorpresa, sino con una ternura que la desarmó.
—Lo sé —susurró—. Un hombre que ama lo nota antes que nadie.

Ella lloró, pero fue un llanto de alivio.
—Ese niño no es tuyo…

—Lo amaré igual —respondió él—. Y te amaré a ti. Quiero formar una familia contigo, pase lo que pase.

María sintió el vértigo de lo imposible volverse real. Y entonces, él pronunció la frase que cambió su destino:
—María… quiero casarme contigo.

Ella cerró los ojos un instante, como quien prueba el sabor de un sueño. Al abrirlos, dijo:
—Sí.

La Promesa - Samuel confiesa a María quién es la persona que le delató


La noticia se extendió por La Promesa como un relámpago. Pía lo supo al instante; Vera y Teresa casi lloraron de alegría. Manuel, conmovido, aceptó ser padrino sin dudar. Pero Petra… Petra guardó silencio. Su ausencia pesó más que cualquier palabra.

La ceremonia se celebró en una pequeña ermita blanca rodeada de olivos. La casa entera colaboró: flores, lazos, detalles cosidos a mano. María estaba sencilla y hermosa como nunca. Samuel, sin sotana, parecía por primera vez él mismo.
Ambos pronunciaron el “sí quiero” con la fuerza de quienes deciden su vida.

Tras la boda partieron hacia Madrid, hacia la imponente casa de los duques de Winsorheim, los padres de Samuel. Una residencia silenciosa, severa, donde los cuadros parecían vigilar a quien cruzaba los pasillos. Allí, María sintió una inquietud nueva.

Los duques los recibieron con cortesía helada.
Samuel anunció su matrimonio.
Anunció su renuncia al sacerdocio.
Anunció su decisión de vivir su propia vida.

El duque lo miró con furia contenida; la duquesa con un desconcierto afilado. Pero cuando comprendieron que un nieto podía estar en camino, algo cambió. Sonrieron. Una sonrisa demasiado rápida. Demasiado perfecta. Demasiado falsa.

María sintió una sombra cruzarle la piel.

Esa noche, en la habitación asignada, Samuel cayó rendido. Ella, sin embargo, permaneció despierta. Escuchó pasos sigilosos en el pasillo, una puerta que se abría y se cerraba con prisa. Sintió que la casa entera observaba, que algo oculto estaba despertando entre sus muros.

Porque los duques no aceptaron a María por afecto.
La aceptaron por interés.
Y cuando el interés se vuelve hambre… las casas antiguas muestran los dientes.

Lo que vendrá será más oscuro, más peligroso y más profundo de lo que María Fernández imagina. Pero esa parte… esa parte te la contaré otro día.